jueves, 15 de marzo de 2007

Si no lo veo, no lo creo

Por norma general estamos muy seguros de que la realidad es tal y como la perciben nuestros sentidos. ¿Pero podemos estar seguros de ello? La respuesta, por sorprendente que pueda parecer, es que no podemos estar tan seguros. A veces, nuestros cerebros pueden engañarnos.

Todos o casi todos en algún momento de nuestras vidas hemos hecho uso de la sentencia "si no lo veo, no lo creo", y aunque parece un buen principio, voy a tratar de probar que poner tanta fe en nuestros sentidos, en especial sobre nuestro sistema visual, puede llevarnos a creer en cosas erróneas. Para ello voy a utilizar un par de ejemplos típicos, pero no por ello menos ilustrativos.

No sé si se habrán fijado alguna vez en la Luna cuando está a poca altura sobre el horizonte. Ésta parece de un tamaño mucho mayor del que parece tener cuando está sobre nuestras cabezas. ¿Será que la Luna se acerca y se aleja? ¿Acaso no es eso lo que vemos? Pero si antes de creer que lo que vemos es una representación perfecta de la realidad, nos paramos y reflexionamos, descubriremos que nuestros cerebros nos engañan. Fíjense en la figura que mostramos a continuación.

Según nuestra experiencia, alguien situado en el punto A verá la Luna muy cerca del horizonte y por lo tanto de un tamaño grande. En cambio, alguien situado en B tendrá la Luna sobre su cabeza y por lo tanto, la verá de un tamaño más pequeño. Pero claro, es bastante probable que haya personas a la vez en A y en B, y como es lógico, la Luna no puede estar a la vez cerca y lejos de la Tierra. Entonces, ¿qué esta sucediendo?



El cerebro computa que la Luna está a la misma distancia que nuestro horizonte, el cual, por cuestión de perspectiva, nos parece más lejano que el cenit





Lo que sucede es que nuestros cerebros son incapaces de interpretar de forma correcta las señales que provienen de nuestros ojos. Cuando la Luna está cerca del horizonte y miramos hacia ella, en nuestro campo visual además de la propia Luna, tenemos; montañas, edificios, árboles etc. Nuestro cerebro no es capaz de discernir que la Luna y el resto de los objetos están a distintas distancias. De hecho, el cerebro computa que la Luna está a la misma distancia que nuestro horizonte, el cual, por cuestión de perspectiva, nos parece más lejano que el cenit, es decir, el punto que está sobre nuestras cabezas. Si a esto añadimos que el diámetro de la Luna es el mismo en ambos casos, obtenemos que nuestro cerebro interpreta que la Luna sobre el horizonte es mucho más grande que la Luna en el cenit.

La siguiente experiencia es también cotidiana y seguramente la han experimentado. De no ser así, pueden probarla cuando acaben de leer este artículo. La experiencia en cuestión consiste en girar sobre uno mismo más o menos rápido. Cuando se acaba de girar se tiene esa sensación de mareo y curiosamente uno ve como la pared que tiene enfrente gira en sentido contrario a como la veía cuando estaba girando.

Esto se debe a que el cerebro, a través de los ojos, percibe que la pared está quieta, en cambio el liquido de los canales semicirculares de los oídos sigue moviéndose por la inercia. Así pues, el cerebro recibe dos informaciones contradictorias. Por un lado, los oídos le dicen que sigue girando y por otro, que ha dejado de hacerlo. Lo que hace el cerebro para interpretar esta discrepancia es construir una imagen que gira en sentido contrario a como la hacía antes. ¿Por qué? Porque por un lado, nuestros sentidos le comunican que todavía está girando y por otro, le dicen que la pared está quieta. Lo que interpreta es que está girando en sentido contrario al anterior y construye la imagen en consecuencia a ello.

Estos simples ejemplos prueban que nuestra fe en nuestros sentidos es injustificada. Hay que tener cuidado, pues no siempre coincide lo que interpreta el cerebro con la realidad objetiva. Así ante la pregunta de; ¿ver para creer? Bueno, no siempre es suficiente.



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